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viernes, 6 de noviembre de 2009

Felicidad, Salud y Enfermedad



En efecto, algo más del 50% de los trabajadores, en términos generales, padecen estrés laboral. De hecho, el hombre de la cultura occidental, tiene ante sí la factura de sus propias conquistas científicas: enfermedades cardiovasculares, alergias, virus desconocidos, estrés, depresión y ansiedad. Todo un conjunto de enfermedades propias de ésta «cultura de la prisa» (¿tal vez cultura de la felicidad?).


Esta «fiebre de la felicidad» del ser humano contemporáneo, que busca metas de satisfacción y autoestima a través de un desmedido afán de poder, mercantilismo y consumismo, implica graves riesgos para la salud, para su supervivencia. ¿Cómo se puede ser feliz a ésta velocidad de vértigo? ¿Cómo se puede ser feliz en una sociedad ausente de comunicación y sin capacidad de expresar los sentimientos?

Cómo se puede ser feliz sin capacidad de escuchar? ¿Cómo se puede ser feliz con la vida sedentaria que llevamos? ¿Cómo se puede ser feliz en una sociedad altamente competitiva? ¿Cómo se puede ser feliz en una sociedad con altas dosis de violencia y agresividad?

Muchos interrogantes que explican la aparición de numerosas enfermedades (bulimia, anorexia, hipertensión, depresión, ansiedad, accidentes cardiovasculares, enfermedades alérgicas, etc.) propias de ésta sociedad de la opulencia y el consumo (¿sociedad feliz?). Quizá por ello, por esa búsqueda desesperada de la felicidad, están apareciendo en la sociedad moderna cuadros clínicos novedosos: bulimia, anorexia, ludopatía, compra compulsiva, etc.

Más recientemente, se están extendiendo con fuerza la ortorexia y la vigorexia. Se trata de cuadros clínicos importantes que se ceban especialmente en las personas más infelices. En el caso de la ortorexia, se trata de un trastorno de la conducta alimentaria que consiste en la obsesión por la comida y obliga a quien la padece a seguir una dieta que excluye la carne, las grasas, las sustancias artificiales, etc. Se sienten culpables cuando incumplen su alimentación a base de alimentos ecológicos y se castigan con dietas y ayunos aún más rígidos. Otra fórmula de conseguir la felicidad en la sociedad actual es en relación al culto que se establece al cuerpo (vigorexia). Se trata de hombres jóvenes obsesionados por tener un cuerpo perfecto, de acuerdo con los modelos sociales predominantes en el mercado.

Ello implica someterse a ejercicios patológicos, a alimentaciones hiperprotéicas y con hidratos de carbono y exentas de grasas e, incluso, a tomar anabolizantes.

Por lo tanto, la felicidad en la sociedad moderna, existe un alto riesgo de buscarla en comportamientos altamente patológicos que provocan dependencia y que suponen un riesgo grave de cáncer, de disfunción eréctil y de problemas cardiovasculares.

Esta huida hacia la felicidad (¿infelicidad?), corresponde más bien a personas obsesivas, insuficientes, inmaduras, inseguras, con problemas de impulsividad, de identidad y, además, con baja autoestima. Estas circunstancias psicosociales explican suficientemente que el hombre moderno, se aparta cada vez más de la felicidad; lo cual se vive como frustración, como un sentimiento generalizado de inseguridad, de pérdida de autoestima que, a veces, se neutraliza con una respuesta narcisista. A pesar de que cada vez conseguimos más (más poder, más prestigio, más dinero, más objetos, más compras, etc.), se percibe una permanente demanda de consuelo, una paradójica necesidad de apoyarse los unos en los otros, siendo conscientes de lo poco (apoyo afectivo, social y emocional) que van aportar los «otros». Así, en vez de la felicidad, aparece el desaliento, el nihilismo; en fin, una sociedad de ansiosos y deprimidos.

Por eso, si el sujeto se siente vacío y disociado de la gente, lo lógico es que sus posibilidades reales de satisfacción se queden bastante disminuidas y, en consecuencia, no encuentre la ansiada felicidad. En fin, en vez de la felicidad, nos encontramos en la antesala de la depresión; el sujeto se siente triste, rechazado, sin interés en las actividades cotidianas que ya no le procuran satisfacción. Parece un mundo surrealista en el que nos sumergimos, a través de éste consumismo feroz, en una efímera y ficticia felicidad. Fabricamos la felicidad mediante un utilitarismo sin límites, gracias al diseño de fármacos (venlafaxina, sertralina, paroxetina, fluoxetina, clomipramina, alprazolam, benzodiaceoinas, imipramina, fluvoxamina, citalopram, anfetaminas, hipnóticos, etc.) que tratan de mejorar nuestro estado de ánimo, escapando de la tensión, de la angustia y de la frustración... Y, especialmente de la soledad. La escasez de relaciones sociales, de afectividad y de compromiso con el otro o los otros, nos lleva inexorablemente a la soledad.

Un sentimiento desgarrador mediante el cual, el sujeto se ve impedido de compartir con otros sus inquietudes personales, percibe (o tal vez se imagina) que los otros no le aman ni se preocupan por él y, en última instancia, se siente alienado o diferente de los miembros de su comunidad. Pero seguramente, el gran ciclo de esta cultura economicista se ha agotado tras el canto del cisne de la felicidad consumista. Igualmente, el aumento del individualismo y la disminución de valores religiosos y familiares, también explican la epidemia de desesperanza que se extiende implacablemente los fines de semana entre nuestros jóvenes, poniéndoles a merced de los estratos del alcohol y de numerosas drogas.

Y a pesar de todo, la salud se resiente y, por ejemplo, los trastornos depresivos aumentan con tal intensidad que amenazan en convertirse en los problemas de salud más importantes del hombre actual. Posiblemente, sea el precio que se paga por pertenecer a una sociedad desarrollada y que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha establecido recientemente en unos 500 millones de personas que sufren depresión. De hecho, cada vez escuchamos con más frecuencia la frase «estoy deprimido »; es decir, personas que se han instalado en el pesimismo, en la vida sin futuro, en la desilusión; en un estado anímico que puede abocar finalmente en el suicidio.

Pero buscar la felicidad en lo exterior, en las cosas, en las personas de nuestro entorno, en las circunstancias, en los objetos de consumo que nos ofrecen los grandes hipermercados (templos del consumo), etc., se aparta bastante de las auténticas necesidades psicológicas del ser humano, cuya satisfacción nos llevan a la felicidad y subsiguientemente a la salud. Una alimentación sana y equilibrada, así como unas experiencias satisfactorias del mundo de los sentidos, pueden implicar para el ser humano un cierto grado de felicidad que experimenta como placer. En éstas circunstancias, no cabe la menor duda, de que la vida se ve más optimista y más agradable. Además, si somos capaces de hacer un alto en el camino y recordar las privaciones padecidas en el pasado, si nos comparamos con aquellos que poco o nada tienen, seremos capaces de disfrutar de toda nuestra realidad actual.

John Stuart Mill, decía acerca de la felicidad: «La felicidad es el placer y la ausencia del dolor; por infelicidad, se entiende el dolor y la ausencia de placer.»

J. A. FLÓREZ LOZANO

Catedrático de Ciencias de la Conducta. Departamento de Medicina. Universidad de Oviedo

Enlace del texto completo original:  http://www.grupoaulamedica.com/aula/saludmental103.pdf  Feliz y Saludable viernes y fin de semana.

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