El señor Giner había nacido en Cuba por los años de la crisis cubana de 1929 a 1934, causada por la abrupta caída de la Bolsa de Valores en 1929, que incrementaron, considerablemente, las tensiones sociales y las confrontaciones políticas en Cuba.
Don Manuel Félix Giner Martínez también era el Gerente General de la empresa Industrias National Supply, mi primer trabajo por cuenta ajena en la calurosa ciudad de Maracaibo cerca del aeropuerto Internacional La Chinita. La moderna planta equipada con tornos de control numérico estado del arte fabricaba partes para las bombas de lodo de perforación utilizadas en todo el planeta por la industria petrolera. Acordamos un sueldo de ingreso de mil dólares por mes, más beneficios corporativos.
Yo me había graduado en apenas cuatro años y medio con honores en la prestigiosa Universidad Simón Bolívar USB, ubicada en los confines de una vieja hacienda colonial en el Valle de Sartenejas, a los 1.300 m.s.n.m. en los cerros que circundan el Valle de Santiago de León de Caracas.
Mi padres me habían premiado con estudios de inglés en la muy afamada universidad de Georgia Tech, a la que llegué junto con mi hermana Irene "La Catirita" una fría mañana de primavera, en la cual quedaban rastros de la nevada la noche previa. Vivimos seis maravillosos meses en nuestro cómodo apartamento estudiantil de North Side Circle.
La selección de un ingeniero de planta en National Supply duró unos seis meses durante los cuales ya había conseguido un empleo temporal en la inaugurada planta de la Gillete, en Los Teques, para fabricar la línea de productos Jafra con la jalea real como el producto premium dirigido a la pujante clase media venezolana de los años ochentas.
Esa "Venezuela saudita" que conocí en mi niñez y en mi adolescencia tan diferente al pobre país de hoy, reconocido en todo el mundo por los 3.000 o 5.000 venezolanos que a pie y a diario cruzan el Darien en su huida de un país rico en recursos pero fallido y colapsado en 24 años de socialismo petrolero del siglo XXI.
Muchas fueron las aventuras que viví en el Estado Zulia, el más rico de Venezuela, cuya imagen de niño desde el avión de Lacsa a Costa Rica eran las torres petroleras sembradas en el lago más grande de Sur América.
Gracias a la hospitalidad de José Ignacio y Ana Isabel Matheus, que había conocido en Atlanta, era asiduo al viejo club Creole / Lago Maracaibo Club donde solía comer los crujientes chicharrones de pollo, los patacones, y los tequeños con salsa de tomate ketchup.
Mis amigos de esa época David Vega S., Manolo Castillo y su novia Fabiola Paz, y mi novia Mariela dejaron una profunda huella en mi memoria por las experiencias y por los viajes por carretera por toda la geografía venezolana, desde la oriental ciudad de Puerto La Cruz, Caracas y estados centrales, Lara, todo el Zulia, los Andes venezolanos, incluyendo los Estados de Táchira, Mérida y Trujillo.
Mariela Guardia Rodríguez, de Cachamay, Caroni, Edo Bolívar, Venezuela, era arquitecto de la USB, dos años mayor que yo, divorciada y cantaba en un coro en el emblemático teatro Baralt ubicado en la Avenida 5 con calle 95, diagonal a la Plaza Bolívar en la ciudad de Maracaibo, que hacia sus ensayos de la Sinfonía n.º 9 en re menor, Op. 125, conocida como "Coral", compuesta por Ludwig van Beethoven entre 1822 y 1824 . En su coche un flamante malibú azul tuve mi primer accidente de tráfico, en las curvas del muy lluvioso municipio de Nirgua, en mi estado natal de Yaracuy.
Al año de haber inaugurado el monumento más alto de América, la majestuosa Virgen de Nuestra Señora de la Paz de Trujillo, Venezuela, con la paloma sostenida en su mano derecha simbolizando el encargo de la presidencia de la República de Venezuela, de clamar por la paz de la tierra pude ascender por sus escaleras y 46,72 metros acompañado de mi compadre Andrew Hamilton Oscar Longstaff nacido en Boston y de David Vega, mi primo putativo de La Lagunita y de la USB. Yo conducía un flamante automóvil blanco Ford fairmont 1979 placa APA-052.
Tuve un jefe extraordinario John Sladic, apenas un año mayor que yo, muy buenas amigas como Elsa González de la empresa. En esa época esplendorosa de mi vida, en la cual vivía en una cómoda habitación de la familia Padrón muy cerca del Hotel del Lago y en consecuencia del Paseo del Lago. Mariela mi novia vivía a escasos 500 metros con su amiga Carmen Arape Copello.
Se presentó la oportunidad de ir a los Estados Unidos en diciembre de 1985 a los Estados de Texas, Oklahoma y Ohio, en una gira de capacitación en varias plantas, en una época en la que en los Estados Unidos producía casi todos los bienes y productos que se necesitaban.
En vísperas del viaje el Señor Giner hizo un trato con su hermano de Florida, que era mi puerta a los Estados Unidos. El le enviaría a su hermano un kilo de queso blanco, que yo llevaría envuelto en papel de regalo en mi equipaje de mano, y de retorno el hermano se comprometió a enviarle unos discos de vinilo que era complicado encontrar en Venezuela.
Yo pude cumplir con la misión diciendo como me enseñaron en primaria del Colegio La Salle La Colina de Caracas, la verdad. El funcionario y oficial de migración me preguntaron sobre el regalo, y les conté que era un presente que enviaba el Gerente General de la empresa que me enviaba de negocios a los Estados Unidos, para su hermano residente en Miami.
No recuerdo bien el aspecto del hermano menor de la familia Giner Martínez, pero lo que no se me olvida fue que como suele pasar, el hermano recibió gustoso el preciado queso, pero no me entregó nada para dar a su hermano a mi retorno.
Fue así como sin planearlo introduje una mercancía en los Estados Unidos, que por normas sanitarias debió haber estado envasada al vacío y con los permisos correspondientes.
Me ha tomado muchos años de vida el poder entender la razón por la cual los hermanos de padre y madre, en muchas ocasiones, o casi siempre, defraudan a quienes llevan su misma sangre.
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Este escrito fechado en la madrugada del 7 de setiembre de 2023 es para el taller literario, que comencé a participar esta semana en la residencia de nuestra vecina y una de mis amigas doña Julieta Dobles Yzaguirre, reconocida con el El Premio Nacional de Cultura Magón de Costa Rica y varios Premios Nacionales Aquileo J. Echeverría. Muy agradecido.
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