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jueves, 10 de octubre de 2019

¿Somos más felices de viejos?


¿Somos más felices de viejos?


La mala noticia es que el tiempo vuela, la buena es que tu eres el piloto.



A lo largo de la vida aprendemos de las experiencias. Vamos envejeciendo, pero eso no significa necesariamente que se vayan reduciendo nuestras posibilidades para aprender. 

Por el contrario, todas las vivencias que acumulamos deberían, progresivamente, permitir elegir y decidir con más criterio y con más libertad como ir consiguiendo ser más felices. Y dicho esto, ¿es cierto que la sensación de felicidad evoluciona positivamente con el paso del tiempo? 

En la infancia y la adolescencia, la felicidad se confunde con la satisfacción inmediata. Nuestra corta trayectoria de vida y la forma en que procesamos la información, nos impide pensar más allá. La felicidad está disponible aquí y ahora, como también lo está la frustración, pero afortunadamente nuestro desconocimiento tiende a hacernos más vividores que sufridores. 

Ya en la edad adulta, la felicidad se empieza a saborear y experimentar de manera más plena, aunque todavía en pequeñas dosis. Se cuenta por los pequeños momentos que cotidianamente nos refuerzan y por la consecución de algunas metas; pero todavía nos puede en exceso el ansia por descubrir todo lo que está por llegar. Pasamos aunque la mayor parte del tiempo centrados en el futuro, trabajando para forjarnos un buen provenir, invirtiendo una enorme cantidad de esfuerzo para asegurarnos de conseguir eso que tanto deseamos. 

Pasada la barrera que marca la adquisición de la sabiduría más definitiva, rondando los 55/60, se produce uno de los hitos de madurez más importantes de nuestro desarrollo vital, ya que se abre al fin el período de mayor sensatez. Llega con fuerza en nuestras vidas el sosiego y la perspectiva con la que algunas cosas pasan a ser fútiles y sólo cobran importancia las que realmente lo merecen. 

Por esta sana distancia emocional que ya somos capaces de tomar, en contraposición a la urgencia y la ambición que antes regían nuestra cotidianidad, empezamos a ser capaces de preocuparnos sólo por las cosas importantes y sólo en su justa medida. Hemos aprendido a medir nuestras fuerzas y, con suerte, también a aceptar nuestras limitaciones y convivir.

Fuente original en catalán:

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